¡Jesús, aquí están mis dos monedas!
El evangelio de Mc 12, 38-44, de este domingo, habla del tema de la limosna, palabra griega, cuya raíz etimológica significa compasión y misericordia, san Juan Pablo II la definió como «una actitud del hombre que advierte la necesidad de los otros, y quiere hacer partícipes a los otros del propio bien».
En ocasiones se suele utilizar la palabra limosna en un sentido peyorativo que hace alusión a dar de «lo que nos sobra», reduciéndola a un acto sin espíritu y sobre todo sin amor. Por ello se hace necesario recuperar el sentido original y profundo que encierra la acción de dar limosna, que es un acto de un elevado valor positivo que requiere de manera fundamental la disponibilidad del corazón para donar lo que se tiene en favor del que lo necesita. De ahí que la práctica de la limosna sea recomendada en toda la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, pues en su sentido hondo y original, practicar la limosna era uno de los pasos para la conversión a Dios.
En distintos momentos el evangelio nos muestra la facilidad con la que el ser humano se desvía de los caminos propuestos por el Señor, de acuerdo con su querer y su espíritu. Este texto conocido como el óbolo de la viuda lo hace palpable, pues los judíos habían entendido racionalmente la importancia de la limosna, pero que, lejos de acercarlos a Dios y al hermano necesitado, se convirtió en una práctica fría con la cual quizá podían tranquilizar su conciencia y creer que «cumplían con lo prescito por la ley». Esto es un peligro grande del cual Jesús quiere prevenir a sus discípulos, y con gran pedagogía les enseña en la escena que nos relata san Marcos.
Humanamente cualquiera que contemplara este hecho exaltaría la generosidad de los ricos y quizá pasaría desapercibida la ofrenda de esta viuda, pues nuestros juicios muchas veces son parciales, no alcanzamos a comprender las intenciones que brotan del interior de los corazones. Por fortuna Jesús no se deja llevar por las apariencias externas, sino que Él mira lo que brota de esta fuente profunda del ser humano, por eso les afirma a sus discípulos la gran generosidad de esta viuda, que dentro del sistema social judío, junto con los huérfanos y los inmigrantes, eran los grupos más vulnerables económica y legalmente. Esta mujer viuda y pobre tiene un corazón grande y rico en generosidad, que le hace dar todo lo que tiene para sobrevivir, con una actitud humilde, sin quejarse, sin buscar reflectores, ni ningún tipo de reconocimiento humano, deja ver una gran confianza en Dios.
Es una gran enseñanza la de Jesús que a través de esta viuda pobre invita a los discípulos y a todos nosotros a mirar y juzgar las distintas realidades con los ojos del Espíritu, que penetra hasta el fondo del interior y es capaz de mostrar la Verdad. Además de mirar en esta mujer un ejemplo de sencillez, generosidad y confianza en Dios, en donde su situación de vida y circunstancias no le impidieron salir de sí. A la luz de este texto pido la gracia del Espíritu Santo y me pregunto ¿Cómo es mi limosna, es semejante a la de los ricos o la de la mujer viuda? ¿Qué me impide ser generoso y darle también mis dos monedas a Dios?
San Ambrosio menciona que el Señor enseña que hay que ser misericordioso y generoso para con los pobres, sin pararse a pensar en la propia pobreza; porque la generosidad no se calcula según la abundancia del patrimonio sino según la disposición a dar. En el sentido moral el Señor enseña a todo el mundo que es preciso no dejar de hacer el bien pensando en la vergüenza de la pobreza, y que los ricos no deben gloriarse cuando parece que dan más que los pobres. Una pequeña moneda tomada de unos pocos bienes es más valiosa que la se saca de la abundancia; no se calcula lo que se da sino lo que se queda. Nadie ha dado más que la que no ha guardado nada para sí.
Le pido a Dios su gracia que me ayude a experimentar esa alegría de la que habla Jesús: de que «hay mayor felicidad en dar que en recibir» (cf. Hch 20, 35). Miro a la viuda y dejo que su ejemplo me mueva. Miro mis pobrezas y mis deseos de dar. También miro mis riquezas y seguridades y considero las cosas delante del Señor. Hablo con Jesús de todo ello.
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