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Foto del escritorLuis Ariel Lainez Ochoa

Hemos sido atraídos



La liturgia dominical continúa desarrollándose en torno al discurso del pan de vida; Jesús luego de haber multiplicado los panes, explica a sus oyentes cual es el verdadero pan del cielo, es decir, busca explicar el sentido esencial y primero del milagro.


La incomodidad y molestia de sus opositores se hacen presentes al escuchar que el Nazareno se presenta a sí mismo como el pan de vida eterna, que en figura se asemeja al maná comido por los padres pero que al final perecieron; Jesús enfatiza que quien coma del mismo probará la eternidad, pues de la eternidad ha salido.


No obstante, uno de los riesgos que el creyente corre al recibir la Palabra hoy de forma precipitada es aplicar literalmente el texto a una realidad sacramental que se da metódicamente y que podría presentarse así: Creo, comulgola hostia, Dios viene a mí, tengo vida eterna.

De ninguna forma se está negando que esto así suceda. Sin embargo, el mismo Jesús habla de la necesidad de ser atraídos por el Padre para poder creer. Y esto es algo que frecuentemente se olvida. Es el amor inmenso e intenso del Padre el que ha hecho capaz al creyente de haber conocido a su Hijo y le ha permitido ser alimentado por Él.


El Papa Francisco, hace unos años, denunciaba una nueva forma de pelagianismo en la vida de la Iglesia; esa concepción que lleva a creer -a veces inconscientemente pero muy arraigado- que Dios me da en la medida en que me esfuerzo, que cada día hay que conquistar y ganarse el visto bueno de Dios para recibir sus gracias y bendiciones, que los desolados y desgraciados están así porque no se esfuerzan lo suficiente.  


Jesús es muy claro e incluso tajante: No murmuren. ¡Cuanto daño hace la murmuración! Esta lleva al descrédito, al desanimo, al pesimismo, a la renuncia, etc. Cada fiel debe tomar consciencia de que es el Padre quien da a cada uno, personalmente, la gracia de estar hoy delante de Él para alabarle, para cantarle, para servirle en los hermanos.


No se niega que la vida cristiana también es una contienda abierta y constante contra aquellas realidades que alejan al discípulo de lo divino, que lo confunden y lo pierden. Sin embargo, el discípulo no podría llamarse discípulo si no hubiera sido atraído por el amor del Padre, la sensatez de tener esto presente conduce al fiel al agradecimiento, a la profundización, a la apertura.


El Padre acerca a cada fiel para darle no solo a su Hijo en la comunión eucarística, sino para que la vida eterna que de Él procede sea una realidad en la temporalidad de sus días, pues eternidad no es solo una vida sin fin, sino una vida plena, cuyo ropaje es el amor, la alegría y la paz. ¿Considero mi vida cristiana un regalo o un logro?, ¿tiendo a la murmuración?

Buscando un lugar tranquilo dialogo con Jesús y le pido me conceda la gracia de la humildad, para poder comprender como a lo largo de mi vida es el Padre quien me busca y me da a su Hijo.


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