Gracias, Señor, por nuestra familia
Hoy es una fiesta solemne para nosotros en la liturgia de la Iglesia universal. Me refiero a la Sagrada Familia de Nazareth. Aunque el bullicio y la algarabía por la celebración de un nuevo año civil que ya llega, se puede robar toda nuestra atención, hoy nos podemos detener un poco ante la consideración de que Dios elige a una familia concreta, con rostros concretos, para su vivencia y paso entre nosotros.
De primera mano, esto ya nos está diciendo mucho: el Niño Dios busca la mediación de una familia para vivir el amor desde ese núcleo fundamental donde todos nos desarrollamos. Nos enseña, además, que toda familia es una mediación instrumental de su amor para con nosotros. Por tanto, descubrirlo ahí y reconocerlo de ese modo, en el rostro de nuestros padres y hermanos es un don y una alegría que nos llena el corazón.
Es verdad que muchas veces la convivencia familiar de diario no es nada fácil. Nuestra humanidad abunda en complejidades. La mayoría pasamos por momentos de conflicto por no saber muchas cosas en las relaciones humanas, entre ellas, saber escucharnos a profundidad, es decir, desde el otro que es y que se expresa desde lo que vive y siente.
Llegar a ponernos de acuerdo cuando el corazón no se siente aceptado, comprendido y amado es una completa odisea. Y aún así, sobrevivimos. Pasamos por ello, aprendemos, crecemos, nos disponemos a encontrarnos nuevamente. Dios ahí presente como luz y amor genuino para dar y para ayudar en la construcción de mejores lazos entre nosotros.
En sí es un misterio de Dios el designio de nuestra familia. Nadie sabe el por qué. Sin embargo, aunque no se tenga tan claro siempre y en cada momento, el corazón se ha sentido atraído por la esfera familiar. Insisto, cada uno contará su propia historia muy humana, pero a todos nos mueve la idea de una vivencia familiar sana, donde cabemos todos, donde todos tenemos un lugar en la mesa de nuestra casa y donde hay un sitio que solamente es nuestro en ese lugar que llamamos hogar.
En el evangelio de hoy vemos a la familia de Nazareth llevando al Niño al templo y ofreciéndolo a Dios. En ellos está la consideración primera de ponerlo en sus manos y con él también ellos para poder educar y acompañar una vida humana en donde se ha encarnado Dios. Algo nada sencillo. Pero María y José ponen toda su fe y su confianza en Dios, no en ellos, no en sus fuerzas e inteligencias, sino en el Señor. Ellos confían. Desde ahí miran su misión y se dejan conducir con docilidad en la vida.
¡Qué sabia inspiración y qué oportuna para nuestros tiempos! Las tendencias humanas nos quieren llevar por la creencia (que no fe) en poner nuestras seguridades en nosotros mismos, en mirar solo en nuestras capacidades y en lo económico-material. La fe cuando se queda autocentrada se limita. La familia de Jesús nos hace mirar hacia arriba con fe. Nos alienta en la esperanza de saber que Dios está con nosotros. Ellos lo repetirán tantas veces le llamen a su hijo: Jesús (Dios salva) o Emmanuel (Dios con nosotros).
Considero el evangelio de hoy y me pregunto ¿Cuál es mi realidad familiar? Miro al Niño Dios y delante de Él le hablo de mis realidades familiares, de todo a todo, lo que considero positivo como lo que no. Me ubico en mi identidad familiar, si soy madre, padre, o hijo y hermano y contemplo a María y a José que se dejaron conducir por Dios. Me miro nuevamente en relación familiar y considero ¿Qué me inspira Dios a través de la familia de Jesús? ¿A qué me siento invitado? ¿Qué mueve mi corazón? Hablo de esto con el Señor.
Comentários