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Foto del escritorPbro. Manuel Jiménez

Esta tormenta pasará





«Y en la tempestad… ustedes ¿Quién creen que soy yo? Pedro respondió: “Tú eres el Mesías”. Y se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho».


La pregunta de Cristo a sus apóstoles se dirige también a nosotros aquí y ahora. Nuestra respuesta de fe en su mesianidad debe incluir la adhesión a su cruz. Tenemos que admitir que la salvación de Cristo pasa por la cruz, y que Dios está en el sufrimiento, confortando y avalando nuestro sacrificio.


Esta fe en segundo lugar deberá ser viva, fe de obras. Sólo cuando se expresa en el amor práctico y real podrá convencernos y convencer a los demás de su existencia.


A veces las tormentas que sufrimos en la vida resultan ser acontecimientos privilegiados para el desarrollo de nuestra fe. Como en la tempestad hay momentos de mayor o menor grado, en que nos parece que Jesús nos ha abandonado, que está ausente.


Las tempestades que vivimos pueden ser de diversa clase: pueden tratarse de pecado, de escrúpulos, de temores por el futuro; por la salud; por el trabajo; dificultades relacionadas con problemas matrimoniales, etc. Y estas tempestades traen dos tipos de actitud: el pánico por pensar que la barca puede hundirse mientras Jesús duerme: de ahí el miedo. La actitud de Cristo parece tan extraña que los apóstoles le reprochan: «Maestro ¿no te importa que perezcamos?».


Pero cada tempestad tiene su sentido, es Dios que pasa y que ha de traer una gran gracia: la gracia del abandono. CUANDO ESTÉS ANTE UNA TORMENTA, DEBERÁS PONER LOS OJOS EN EL SAGRADO SEMBLANTE DE CRISTO. Esto no quiere decir que en los momentos de peligro tengas que permanecer inactivo. El quietismo es contrario a la doctrina de la Iglesia. Jesús no reprocha a los apóstoles por tratar de salvar la barca; les reprocha la falta de fe que les causó que les invadiera el miedo.


Cuando lleguen a tu vida las tempestades, internas o externas, fíjate en el tranquilo semblante de Jesús. Entonces vas a entender que no estás sólo y que Él ante toda situación quiere decirte: «Esta tormenta pasará porque tiene que pasar».


En esos momentos tampoco podemos olvidar la constante presencia junto a nosotros de aquella que es la madre de nuestro abandono. Roguemos a María que nos conceda su confianza para que dejemos de confiar en nosotros mismos, en las cosas o en los demás; cerca de Ella la constante presencia de su Hijo que es nuestro apoyo seguro. Donde está la madre no faltará nunca el Hijo. ¡Madre del gran abandono, guárdanos siempre, que estamos bajo tu manto!

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