Esperanza en nuestros desiertos
El adviento es el tiempo de la espera. Pero ésta no es una espera pasiva, en la que cada cual se puede sentar paciente y tranquilo a que el visitante llegue. O como la espera impaciente en el tráfico vehicular o en una “sala de espera”. La del adviento es una espera alerta, en tensión. Que implica levantar la cabeza para escuchar la voz que clama en el desierto. ¿Me siento llamado a esperar?, ¿qué puedo esperar?
En mi desierto se anuncia la voz, llega la Palabra, ¿la escucho? Es una espera en la que lo primordial es apostar por uno mismo, trabajar por revisar los propios valles, los abismos personales y las montañas. Se trata de hacer todo lo posible para enderezar los propios senderos. Esa es la clave, esperamos al Señor porque su llegada es una apuesta por nosotros, pero, ¿apuesto por mí mismo?
En el desierto inhóspito hay esperanza. Se verá la salvación. En la aridez extrema de nuestros desiertos hay una invitación concreta, ¡atrévete a preparar el camino! El camino se puede preparar enderezando los senderos, esto es: rellenando los valles. Los vacíos personales, mis propios huecos heridos, la propia indigencia. Mis necesidades hondas serán colmadas.
Rebajar los cerros y las lomas a las que nos sube nuestro temor, o el ego herido. La pretensión que nos eleva por encima de los demás. Eso es hacer llanos los caminos ásperos para atrevernos a esperar al Señor. La voz del desierto ¿cómo me invita a preparar mi camino para que sea transitable?
Hoy se nos ofrece la luz que necesitamos para poder enderezar nuestros caminos, hacer rectos los senderos y ver al Salvador (Lc 3, 4.6), esa es la consecuencia y el deseo de toda espiritualidad: ver al Salvador como un amigo, que apuesta por una humanidad mejor, por una Iglesia en la que todos trabajamos en los baches y barrancos. ¿Cuáles son las sendas que puedo enderezar?
Yorumlar