¡Enséñanos a amar, Señor!
«Podemos amar a Dios, porque Dios nos amó primero» (1Jn 4,19). El evangelista Juan, en su carta, nos retrató su propia experiencia: Toda vez que se vive en carne propia el amor , como acto de recepción del mismo, se puede dar una respuesta en esa misma lı́nea o dirección. Ası́, para cumplir el mandato de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, brotará siempre como acto seguido, después de haber sentido y experienciado el amor genuino y verdadero que brota del mismo corazón del Señor.
Esto, lejos de ser un romanticismo o una cursilerı́a, es la dinámica que fundamenta toda vida humana, nos guste o no. No podemos aventurarnos, solos, creyendo que nuestros impulsos bastan para la construcción de relaciones donde se ponga el corazón. Se hace como una respuesta al llamamiento, en ese orden profundo, que nos hace el mismo Amor. ¡Y qué bueno es saberlo! Sobre todo cuando nos cansamos, nos desanimamos, cuando vemos que no hay una respuesta deseada, o cuando las propias relaciones se caen. Saber que el amor nos antecede, que ya está puesto, que ya se encuentra en el camino, nos vuelve a levantar de cualquier descalabro del corazón.
Si lo pudiéramos mirar de manera más simple, el esfuerzo humano consistirı́a, entonces, en dejarnos amar por Dios. Con todo lo que ello implica. Pidiendo también ayuda al Señor para lidiar con nuestras propias resistencias, ya que las dinámicas del corazón son siempre sensibles y misteriosas. Una vez que nos dejemos llenar el corazón de los consuelos que vienen de Dios, entonces los otros dos amores, el propio y el ajeno, se darán en consecuencia.
¡Y cuánta falta hacen corazones que estén dispuestos a amar en nombre de Dios!
Desanima un poco mirar a una sociedad que se empeñ a por construirse desde la apariencia y el exterior, desde el poder y el sometimiento, desde el éxito y el materialismo, creando ası́ más vacı́o y desolación. Ya lo expresó recientemente el papa Francisco: «…nada que valga la pena se construye sin el corazón» (Dilexit nos 6).
Esto es un llamado urgente para todos. La gracia ya está animándonos. A nosotros nos toca atender ese llamado, escucharlo, recibirlo y secundarlo. En nuestro querido Paı́s urge vencer todo este mal que nos asecha, pero siempre a fuerza de bien, uniendo nuestros corazones, dejando que el amor venza al odio, a la violencia, a la división, al resentimiento, a la venganza y a la muerte. Confiando siempre en que todo lo demás se acabará , pero «el amor nunca se extinguirá » (1 Cor 13, 8).
Medito este llamado que me hace hoy el Señor. Dejo que su presencia de bien me inunde mi realidad. Dejo que su amor llene mi corazón. Le dejo que me ame. Me dejo amar por el Señor. Después… le doy también una respuesta que nace de mi corazón.
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