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Bartolomé de Jesús Antonio Sánchez

El tesoro encontrado es Dios.


El hombre es un ser de búsqueda, desde antiguo ha buscado, ha sido nómada; en su búsqueda descubrió el fuego, se aventuró a navegar en los océanos, actualmente ha lanzado el telescopio espacial James Webb para descubrir nuevos horizontes, a lo largo del recorrido histórico de la humanidad podríamos mencionar un sinfín de descubrimientos y proyectos de indagación.

El evangelio de hoy nos presenta realidades distintas de personas que sin importar el estatus o sus roles son buscadores; el campesino que encuentra un tesoro en su campo, el comerciante (económicamente bien posicionado) que de la misma forma va y vende todo lo que tiene porque ha descubierto algo nuevo y de mucho valor, los pescadores que saben discernir cuales son los mejores peces, incluso el mismo padre de familia que va sacando en el día a día cosas nuevas.


Este evangelio es para todos los buscadores y entre ellos, sin duda, los hombres y mujeres que buscan a Dios desde su interior, desde sus experiencias humanas y cotidianas. En esta dinámica de búsqueda van a Dios para satisfacer sus necesidades más hondas, pero es Dios quien busca al hombre para donársele en gratuidad transformadora, tomando siempre la iniciativa; porque el amor de Dios se derrama sin taza ni medida, y sale al encuentro del hombre sanando aquellas heridas que la persona tiene en su vida, iluminando y aceptando aquellas oscuridades de las que humanamente y moralmente se avergonzarían. Este tesoro encontrado es Dios quien pasa dando vida donde ha imperado lo mortífero, ensanchando horizontes, creando nuevas historias, devolviendo la vista al hombre para que pueda ver su dignidad de hijo de Dios.


Esta alegría es el estado de ánimo de quien ya está experimentando la realización de lo anunciado aun cuando éste sea sólo un comienzo, es la nota característica de quien se encuentra frente a la realización de una promesa esperada desde lo más profundo de su ser y en ella concentra toda su energía porque la respuesta de suyo así lo requiere. Es natural que el tesoro encontrado hace cambiar el estado del ánimo de la persona. Buscar y encontrar a Dios no produce tristeza ni amargura; al contrario, genera alegría y paz, porque la persona comienza a descubrir dónde está la verdadera felicidad. Es bueno saber que Dios no ofrece cosas ni paliativos pasajeros; se ofrece a sí mismo, permaneciendo al mismo tiempo, siempre libre e inaferrable.


Tomo el Evangelio, lo releo y le pido a Dios su Espíritu para curarme de toda prisa y superficialidad, me detengo delante de Él, tomo conciencia de mi respiración y me abro con sinceridad y confianza a su misterio amoroso. Me pregunto,¿dónde he buscado a Dios?, ¿me dejo encontrar por Dios que se hace el encontradizo?, ¿descubro que mi corazón es ese campo donde se encuentra escondido el reino de Dios?


No se puede encontrar a Dios contraponiendo el presente al futuro o al pasado, sino únicamente ahondando en el corazón del presente tal y como es, somos ese lugar que Él ha elegido para su presencia, su manifestación en el mundo, su epifanía(Thomas Merton).

No te desesperes en la búsqueda. Sé paciente porque, así como cada rayo de sol es único, Dios tiene un camino de encuentro para cada ser humano.

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