El sentido que da Jesús a su propia muerte
Actualizado: 25 abr 2021
Con frecuencia el hombre tiene ante el sufrimiento, y en particular ante la muerte, un sentido de negación. Se ignora la muerte y trata de evadirse en la distracción. En la filosofía del sabio Platón, la muerte es el momento en que el alma se libera del cuerpo, para volar al mundo de las ideas, al mundo de Dios. No se teme a la muerte, porque no es una desgracia, sino el momento de la liberación y la entrada a la plenitud definitiva. Otras filosofías recientes ven la muerte como un absurdo desesperado, como una realidad irreversible.
Varias reacciones ante el sufrimiento y la muerte:
La negación: esto no puede pasarme a mí, la rabia… ¿por qué yo?; el regateo, ...a lo mejor si llevo una vida más ordenada, ...prometo ser distinto; en otras ocasiones la resignación depresiva, tengo que resignarme a lo inevitable; acompañado de una lucha silenciosa.
Finalmente la etapa de aceptación: “voy a morir, estoy consciente, la tarea de mi vida llega a su término. Lo acepto. Estoy preparado. Se llega a un estado de paz quieta y silenciosa.
De hecho, cada ser humano es distinto y su individualidad se manifiesta como nunca en el trance de enfrentar su muerte, con sus características personales, grado de sensibilidad, creencias, convicciones y principios.
La Eucaristía como gesto profético nos permite conocer el pensamiento de Jesús sobre su propia muerte. En varios pasajes del Evangelio anuncia su pasión y muerte. Vió la historia de la salvación como una cadena de martirios y así puede prever su muerte como un martirio y muerte violenta.
En la Eucaristía como en la cruz se levanta la oración sobre el sufrimiento y la esperanza del justo. Jesús en la cruz oró con el salmo 22, viviendo el abandono. Abandonado de Dios, por los hombres, la divinidad abandonada por sus creaturas, por sus hijos, por los hombres. Allí, el Padre experimentó en su amor, el abandono concreto y crucial vivido por Jesús ante la crueldad, la injusticia y el desprecio de los suyos… los hombres.
Pero, allí mismo Jesús se sitúa en la esperanza puesta en su Padre: “ Mas tú Yahveh, no estás lejos, corre en mi ayuda, fuerza mía…” (Isaías-el siervo de Yahveh). Se coloca en la cercanía, confianza y amor de su Padre: “Padre en tus manos entrego mi espíritu” (Juan 14,30). “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”... (Juan 15,13).
“El Padre me ama porque doy mi vida” (Juan 10,17). Así, la cruz resulta un altar, un trono y una promesa.
La muerte espanta y deprime, porque implica la soledad más profunda del hombre; cuando nadie puede darle la mano. Pero en esa entrada a la soledad, el ser humano se sentirá plenamente acogido así como es él, en su cuerpo y en su alma, la muerte dejaría de ser soledad, caída a la nada, punto final; y se manifestaría como entrada hacia la verdadera vida.
Queda una pregunta fundamental: ¿es la muerte una aniquilación del ser, la soledad absoluta, término de toda comunicación, el último paso definitivo de la vida humana o una nueva modalidad del ser, un nuevo nacimiento hacia la plenitud a la que siempre hemos aspirado?
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