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Pbro. Edgar Sánchez Sánchez

EL QUE SE HUMILLA SERA ENALTECIDO


"Dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás..." Esta es la enseñanza de fondo en el evangelio que leemos hoy.

Hay un piadoso fariseo que ayuna dos veces por semana, aunque sólo estaría obligado a ayunar una vez al año, no roba, no adultera ni comete injusticias; este fariseo es un modelo de "hombre religioso". Lo malo es que se autoproclama bueno, mejor que otros y, lo peor, desprecia a los demás, especialmente al recaudador de impuestos que está con él, orando en el mismo templo.

El recaudador de impuestos, todo lo contrario, en su oración comienza reconociéndose pecador y culpable ante Dios, en su presencia descubre que debe cambiar su mala vida, no tiene mucho que presentar a Dios, tan sólo sus robos a pobres, huérfanos y viudas, su avaricia, su estafa, su falta de respeto a la ley.

La enseñanza de la parábola sorprenderá a muchos. El fariseo se presenta rico en méritos ante Dios y el recaudador de impuestos, en cambio, como pobre. Esta última actitud es la que gana el corazón de Dios, pues no se aferra a una ley y su cumplimiento, sino confía en el amor de Dios, la ley del amor, presentando, no seguridades, sino su fragilidad humana; su soporte, su auxilio es el Señor y en él pone toda su confianza.

Y nosotros, los que escuchamos esta palabra, corremos el riesgo de tomar una actitud farisaica cada vez que apelamos a nuestra buena conciencia o a nuestro cumplimiento con la misa dominical; al creernos buenos cristianos y despreciar a los marginados, a los pobres, alcohólicos, drogadictos, divorciados, prostitutas, ladrones, etc. Pobres de nosotros si rezáramos: Gracias, Señor por no ser como "esa gente".

¿A qué me invita este texto del evangelio? ¿Cómo me siento delante de Dios y de los demás? ¿Qué actitudes aparecen a revisar? Hablo de esto con el Señor.

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