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Foto del escritorPbro. Manuel Jiménez

El paráclito que nos consuela




Cuando tus discípulos se hallaban acongojados por perderte, les dijiste que convenía tu ausencia y que esa partida debería alegrarlos.


Se supone que el legislador debe permanecer cerca de sus órdenes para interpretarlas y asegurar su ejecución. Cuando no te vean se olvidarán de tus palabras y de tus actitudes y te considerarán como si nunca hubieses existido.


Sin embargo, la sabiduría divina es la que tiene la razón; y si te has ido es para que nos enviaras al Espíritu Santo y para que siempre, y en todas partes, pudiésemos llegar a ser discípulos tuyos.


Cuando hablabas en Galilea, únicamente podían escucharte los más cercanos a Ti, los alejados no percibían más que confusamente tus palabras de vida eterna. Los más robustos apartaban a los más débiles y se quedaban afuera apiñados y decepcionados por no ver nada.

Tú eras más bien el privilegio de un reducido número, prisionero de la hora y del lugar, Tú que eres necesario y la vida de todas las almas.


Perteneces a todo el mundo, iluminas a todo el mundo en virtud del Espíritu que has enviado y por cuyo medio conocemos al Padre y al Hijo.


El principio de la vida interior está en conocer precisamente que estás presente y actuando, Pastor Eterno de tu rebaño; y el principio de la caridad cristiana está en que, participando de los mismos dones, trabajados con la gracia del mismo Espíritu, ya no somos muchos, sino uno solo que eres Tú.


Nos has sido remplazado sobre la tierra con poderes abstractos, ni nos has dejado una carta, ni tampoco hablando propiamente un mandato que ejerce tu Iglesia, bajo el control del Espíritu Santo; sino que eres Tú quien continúa actuando, es tu poder el que se ejerce, y tus palabras vivas las que resuenan aún por voz del magisterio infalible.


Todos mis hermanos están cerca del Cristo Encarnado, tan próximo como los discípulos que podían oírte y tocarte, y por atención a esta acción de Cristo invisible sobre todos ellos, yo debería de ver en ellos tantas cosas sagradas.


Que comencemos a amar tu Espíritu y a presentir sus maravillas, EL GRAN LAZO DE LA UNIDAD CATÓLICA ES EL PARÁCLITO que nos consuela, no precisamente de tu ausencia, sino de nuestra miseria y que infunde tu gracia en nuestros corazones. El consolador que nos pone en presencia de nuestro Salvador y nos da las riquezas infinitas de su mensaje, desde ahora en la iglesia la visión del paraíso.


Nunca nos hubiéramos consolado de permanecer lejos de él, si para estar presente con nosotros hubiese elegido privarnos de su cuerpo visible y enviarnos su Espíritu.



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