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Foto del escritorAna Kelyna Siliceo Cuevas

El mejor regalo que Jesús pudo dejar: el Espíritu Santo







Escribir una reflexión del evangelio del domingo de pentecostés es demasiada responsabilidad. Pero es momento de recordar que no soy yo, sino Él quien ilumina mi entender y mi corazón para escribir este texto.


El golpe de realidad acerca de la fe es fuerte, porque hoy precisamente se celebra el día en que Jesús vino a darnos paz, a través del paráclito (el gran lazo de la unidad cristiana) que se queda y se derrama cada vez que, en momentos de necesidad y desde nuestra propia nada, lo invocamos.


Jesús es específicamente insistente en el mensaje “la paz este con ustedes” repitiéndolo en dos ocasiones para asegurarse de que se reciba, es Él quien nos descubre que conoce aquello que más necesitamos, y acto seguido sopla sobre los apóstoles para entregar el Espíritu Santo.


Pero ¿qué significa esto para nosotros? la secuencia del día de hoy nos invita no solo a invocar al Espíritu Santo, también a tenerlo presente en situaciones específicas de nuestras vidas, pues es esta parte de Dios que tiene la capacidad de penetrar almas y alojarse para, por ejemplo:


Iluminarnos cuando nuestro juicio se siente nublado, tenemos que tomar decisiones importantes o tenemos miedo a equivocarnos.


Dar consuelo, si los eventos de este mundo nos superan y perdemos personas importantes o las vemos sufriendo sin la capacidad humana de poder hacer algo por ellos.


Hacer una pausa en nuestro constante y cansado caminar, cuando la carga es pesada, el trabajo imposible y el llanto no da tregua.


Inspirar y dar fuerza para las causas que no son humanamente posibles, para mantenernos lejos del dominio del pecado, o regresar de las sombras del mal.


Ser el agua que purifica nuestras inmundicias, hace crecer vida en terreno seco y lava heridas que no han podido sanar con el tiempo.


Calentar corazones fríos, con un fuego inimaginablemente poderoso doblegar la soberbia y corregir nuestros caminos


Es en nuestro diario caminar que Jesús nos regala un compañero sensible y poderoso, recordándonos que si lo invocamos y le confiamos cada uno de nuestros pasos, podemos acceder a sus dones y tendremos también su paz. Hoy hago un ejercicio en el que reviso las situaciones de mi vida en las que necesito a este amable huésped del alma, pido que se haga presente, derramándose en mí.

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