El Espíritu que hace mirar al otro
En estos tiempos, tan nuestros, nos encontramos con una enorme proliferación en torno a la formación interior, personal. Hoy muchos, por no exagerar diciendo que «todo el mundo», hablan de terapia y de espiritualidad. Aunque es una formación que se ofrece de modo individual se sabe y se entiende que sus efectos se abrirán paso en un entorno social por muy pequeño que este sea; pero al fin y al cabo va a afectar a los demás, desarrollándose un modo propositivo o no.
Es decir, en esta época humana se está despertando la curiosidad por buscar vías que lleven a uno a conocerse mejor y a vivir desde el interior, porque se intuye que es el lugar donde se encuentran las respuestas a nuestras propias interrogantes vitales (terapia-psicología) y se está redescubriendo que el interior de cada uno también es el lugar donde habita Dios (principio, motor de vida). El peligro de lo anterior es caer en una especie de intimismo, donde se cree que el trabajo humano y espiritual se queda encerrado solo en el sujeto que lo experimenta.
Jesús, en el Evangelio, nos da una orientación donde logra unir ambas dimensiones: la individual y la social. La dimensión individual está señalada en la expresión: «el Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido». Es un enunciado donde Jesús expresa un vínculo de unión, de identidad, de pertenencia de ser Hijo y de estar unido con un vínculo de unción (profundo) con el Espíritu de Dios. La suya, es una relación que nace de muy adentro y que Él expresa con toda su fuerza y con total seguridad, siguiendo al mismo profeta que lo anuncia.
Lo social viene con la expresión «PARA» «anunciar a los pobres la Buena Nueva; proclamar la liberación a los cautivos y dar la vista a los ciegos; dar libertad a los oprimidos; y a proclamar el año de gracia del Señor». El Dios de Jesucristo invita, por tanto a una misión concreta: EL OTRO, y concretamente en sus circunstancias de dificultad, de faltantes, de dolor, de necesidad, de opresión, de injusticia que le trae la propia vida.
Este último enfoque, el social, ha quedado de lado por enfatizar a lo individual; y se echa mucho en falta. Parece que el narcisismo y el protagonismo insano imperan en el pensamiento del hombre moderno; demasiado centrado en sí mismo. Poco se habla ya sobre el pecado social y sus consecuencias y se evidencian nuestras omisiones en lo que corresponde al otro en su cruda realidad. Ante ello, y cuando afecta, lo que abunda es la queja, la inconformidad, el victimismo, la culpabilidad sobre los demás. Unos pocos se acercan expresando su sentir por medio de protestas. Pero, en todos los casos, adolecemos de propuestas y de acciones concretas.
En este domingo podemos mirar, como discípulos de Jesús, al Evangelio mismo y podemos dejar que nos interpele: ¿a qué me mueve el Espíritu que me ha ungido desde mi bautismo? ¿Qué me dice la seguridad y la entereza de Jesús al proclamar esa su voluntad ante los demás? ¿Qué me dice su plena identificación que tiene con Dios y con el necesitado? ¿Qué le informa todo ello a «mis propósitos espirituales»? Habla de esto con el Señor.
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