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Foto del escritorPbro. Francisco Suárez

El amor servicial de María



Toda nuestra vida, cuando es auténticamente cristiana, está orientada hacia el amor. Sólo el amor hace grande y fecunda nuestra existencia y nos garantiza la salvación eterna. Y sabemos que ese amor cristiano tiene dos dimensiones: amar a los hombres, nuestros hermanos y amar a Dios, nuestro Señor.


Es fácil hablar de amor y de caridad, pero es difícil vivirlos, porque amar significa servir, y servir exige renunciar a sí mismo. Por eso, el Señor nos dio como imagen ideal a María. Ella es la gran servidora de Dios y, a la vez, de los hombres. Y es en la Visitación de ella a su parienta Isabel, narrada en el evangelio de San Lucas donde encontramos detalles de caridad dignos de resaltar:


Ponerse en camino, ¡qué incomodidad! Con lo bien que estaba en su casa de Nazaret, y poder disfrutar a solas de esa noticia tan maravillosa: "estoy embarazada de Dios". Ponerse en camino implica desinstalarse, salir de uno mismo, exponerse a las sorpresas del camino y a las inclemencias, a perder mucho tiempo. La caridad siempre nos exige un salir de uno mismo y de nuestra comodidad para ir al otro, que nos necesita, que nos interpela, que nos espera. Ahí vemos a María, feliz, radiante, yendo a Ain Karim para servir a Isabel que está embarazada de Juan Bautista.


Se fue de prisa a la montaña, ¡qué urgencia! La caridad no puede esperar, tiene prisa. Ir de prisa significa que no tenemos que contemplar nuestros quehaceres –por muy importantes que sean- pues nos atarían a nuestros egoísmos. A la caridad tienen que salirle las alas del alma para ir de prisa a socorrer al otro, al prójimo que está más necesitado que nosotros. La caridad no puede ser perezosa. No hay que reflexionar mucho al hacer la caridad, porque encontraremos siempre motivos para no movernos y no hacer esa caridad. "Quien ama, corre, vuela; vive alegre, está libre y nada le entorpece. A quien ama, nada le pesa, nada le cuesta, emprende más de lo que puede. El amor está siempre vigilante e incluso no duerme… Sólo quien ama, puede comprender la voz del amor" (Tomás de Kempis). María ama y por eso escuchó la voz del amor que le pedía ayudar a Isabel.


Entró en casa de Zacarías, ¡qué intimidad! La caridad crea lazos de intimidad con el otro. Y aquí María creó lazos con Isabel, porque entre ellas estaba la gran noticia que incumbía a las dos: el nacimiento del Salvador, que exigía la presencia del precursor, Juan. Cuando el Evangelio todavía no es palabra pública dirigida a todos los hombres, ya es mensaje acogido por María y hecho carne en ella. Ya está operante en su vida y desde ella obra la santificación de una familia, transformándose en Buena Noticia para todos sus miembros.


Y saludó a Isabel, ¡qué delicadeza! El saludo implica unión de corazones. El saludo verdadero es portador de gozo y energía al otro. El saludo despierta en el otro un deseo de entrar en esa misma corriente de expansión y amor. El saludo a Isabel –seguramente lleno de amor cálido- es ya transmisión de la gracia, y con su sola presencia es instrumento de santificación para el hogar de Zacarías. Y con el saludo María lleva los bienes mesiánicos: la alegría y la acción del Espíritu Santo.


Exclamó, "Mi alma glorifica al Señor". La reacción de María ante las maravillas obradas por Dios en su vida es un cántico de alabanza y gratitud. ¡Qué humildad! María no viene a creerse más importante que Isabel, pues la caridad no puede pavonearse ni ser vanidosa. La vanidad mancha la caridad y la pudre de raíz. María viene a reconocer que todo lo bueno que ella tiene viene de Dios, es de Dios, y que nada es mérito suyo.


Y María se quedó con Isabel unos tres meses, ¡qué abnegación! ¿Haciendo qué? Cocinando, limpiando pisos, yendo de compras, charlando de corazón a corazón, sudando y cansándose. Pero ella estaba feliz, pues la caridad que cuesta provoca felicidad interior, nos desprende de ese egoísmo que tanta paz nos roba y desfigura nuestra alma. María aquí es la Virgen servicial, la que no duda en abrirse a los demás para compartir sus alegrías y dolores. La servidora del Señor se hace servidora de sus semejantes.


Preguntas para reflexionar:

· ¿Qué me impide el servir a mis hermanos: el egoísmo, la comodidad, la soberbia?

· Cuando hago algún gesto con mi hermano, ¿es por caridad desinteresada o porque busco alguna compensación?

· Al entrar en contacto con mi hermano, ¿llevo la alegría de Dios que provoca en el otro el gozo íntimo? ¿O me llevo a mí mismo y mis problemas y reclamos?

· ¿Estaría dispuesto, como María, a servir a mi prójimo durante tres meses, tres semanas, tres días, tres horas ayudando y dando mi tiempo, mis haberes y mi cansancio?



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