El amor le da sentido a la vida
La vida del ser humano tiene su origen y su término en el misterio de Dios que es amor infinito, todo lo abarca. Por eso, conscientes o no, la fuerza vital que circula por cada uno de nosotros proviene del amor y busca su desarrollo y plenitud en él.
Solo quien está en la vida situado desde una postura de amor está orientando su existencia en la dirección correcta. Esto significa que el amor es mucho más que un deber. El amor es la vida misma, vivida de manera sana y plena. Y viviéndonos desde el amor es la mayor glorificación que le podemos dar al Padre que es amor.
En la medida en que aprendemos a vivir amando la vida, amándonos a nosotros mismos y amando a las personas, nuestra vida crece, se despliega y se va liberando del egoísmo, de la indiferencia y de tantas cadenas que nos atan al individualismo enfermizo.
Además, el amor motiva lo mejor de las personas. El amor despierta la mente, ayuda a pensar con más claridad. Hace crecer la vida interior. Desarrolla la creatividad y da vida a la vida cotidiana, no de forma mecánica y tradicional, sino desde una actitud positiva y enriquecedora. Precisamente porque arraiga a las personas en su verdadero ser, el amor aporta color, alegría y un significado profundo a la vida. Cuando falta el amor, se puede experimentar el éxito, la alegría y la satisfacción de una buena acción, pero no se puede sentir la alegría y el gusto que sólo el amor da al hombre.
Los creyentes sabemos que el amor es la invitación cristiana por excelencia y el verdadero distintivo de los seguidores de Cristo: “La señal por la que conocerán que sois mis discípulos será que os amáis unos a otros”. Con sinceridad me pregunto ¿me amo a mi mismo?, ¿qué actos de amor propio he descuidado?, ¿es el amor lo que le da sentido a mi vida?
Otro camino para llegar a Dios
Hace algunos años, el teólogo francés Joseph Moingt, hacía esta afirmación central: “La gran revolución religiosa llevada a cabo por Jesús consiste en haber abierto a los hombres otra vía de acceso a Dios distinta de la de lo sagrado, la vía profana de la relación con el prójimo, la relación vivida como servicio al prójimo”.
Este mensaje sustancial del cristianismo queda explícitamente confirmado en la parábola del juicio final. Son declarados “benditos de mi Padre” los que han hecho el bien a los necesitados: hambrientos, extranjeros, desnudos, encarcelados, enfermos; no han actuado así por razones religiosas, sino por compasión y solidaridad con los que sufren. El Señor nos invita a poner el corazón ante el sufrimiento del otro. Tomo conciencia y me pregunto, ¿Qué deuda de amor tengo para con mis hermanos más necesitados?
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