Dios que nos conduce
Este domingo celebramos el más grande de los misterios de nuestra fe: el misterio de Dios que se revela como Trinidad. Un Dios que no es una entidad ensimismada y ávida de gloria sino un Padre que ama hasta el extremo, con locura. Un Hijo que se encarna para caminar junto a nosotros y un Espíritu que impulsa, santifica, conduce y lleva a la verdad plena.
Este día contemplamos a Jesús hablando a sus discípulos (Jn 16,12-15). El tema ahora es el Espíritu Santo, Dios igual al Padre y como el Hijo. El Señor y dador de vida (como le llamamos en el Credo), puntualiza el Señor que el Espíritu es de la Verdad, y que guía hasta la verdad plena.
Dios conoce todo lo que necesitamos y la verdad es una de esas necesidades básicas, sin las cuales simplemente no podemos ser. La mentira expone, desfigura, destruye, en cambio, la verdad es Jesús mismo. Este Espíritu tiene la misión de guiarnos hasta la verdad plena. Una verdad que se alcanza siendo dóciles a Dios que quiere conducirnos. No es un Dios que nos dejó solos en el mundo. Él mismo nos conduce y nos lleva hasta lo que necesitamos; la Verdad, es decir nos conduce a Él. En Él caminamos hacia Él mismo.
Este Espíritu nos comunica la vida divina, para que desde este mundo seamos un templo amplio y espacioso en el que Dios habite y para que, al final de nuestras vidas habitemos en Dios mismo.
Hoy me detengo en silencio ante este misterio. Sin tratar de comprenderlo dialogo con Dios: ¿Qué tan dócil soy?, Generalmente ¿qué/quien me conduce?, ¿Qué me dice el hecho de que Dios sea comunidad?
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