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Foto del escritorPbro. Francisco Suárez

Dios nos ama de verdad y nos ama mucho



Las palabras que Jesús dice a Nicodemo: “Dios, amó tanto al mundo, que le entregó a su Hijo unigénito” (Jn 3, 16) nos dan la pauta para dirigir la mirada de nuestro corazón a Jesús Crucificado y sentir dentro de nosotros que Dios nos ama, nos ama de verdad, y ¡nos ama mucho! Esta es la expresión más sencilla que resumen todo el Evangelio, toda la fe, toda la teología: Dios nos ama con amor gratuito y sin límites. Así nos ama Dios.

Este amor Dios lo demuestra sobre todo en la creación, como proclama la liturgia, en la Oración Eucarística IV: “Has dado origen al universo para infundir tu amor sobre todas tus criaturas y alegrarlas con el esplendor de tu luz”. Al origen del mundo está solo el amor libre y gratuito del Padre. San Ireneo, un santo de los primeros siglos, escribió: “Dios no creó a Adán porque necesitara del hombre, sino para tener alguno a quien donar sus beneficios”. Así, es el amor de Dios.


Luego prosigue la Oración Eucarística IV: “Y cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca”. Ha venido con su misericordia. Como en la creación, también en las etapas sucesivas de la historia de la salvación, resalta la gratuidad del amor de Dios: el Señor elige a su pueblo no porque se lo merezca, y le dice así, “yo te he elegido precisamente porque eres el más pequeño entre todos los pueblos”. Y cuando llegó “la plenitud del tiempo”, no obstante, aunque los hombres hubieron incumplido más de una vez la alianza, Dios, en vez de abandonarles, ha estrechado con ellos un nuevo vínculo, en la sangre de Jesús –el vínculo de la nueva y eterna alianza– un vínculo que nada podrá romper nunca.


San Pablo nos recuerda: “Pero Dios, que es rico en misericordia por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo” (Ef 2,4). La Cruz de Cristo es la prueba suprema del amor de Dios por nosotros: Jesús nos ha amado “hasta el extremo” (Jn 13,1), es decir, no solo hasta el último instante de su vida terrena, sino hasta el extremo límite del amor. Si en la creación el Padre nos ha dado la prueba de su amor inmenso dándonos la vida, en la Pasión de su Hijo nos ha dado la prueba de las pruebas: ha venido a sufrir y morir por nosotros. Y esto por amor. Así de grande es la misericordia de Dios, porque nos ama, nos perdona todo y siempre, con su gran misericordia. Que sea pues nuestro itinerario cuaresmal una experiencia de perdón, de acogida y de caridad desde la cruz de Cristo.


Trae a tu mente aquellos momentos de tu vida en que te has sentido amado por Dios y agradécele. Su misericordia se derrama en su perdón ¿cuándo fue la última vez que te acercaste al sacramento de la confesión? Al mirar a Jesús en la cruz ¿qué es lo que experimentas? Mira a Jesús crucificado ¿te mueve a actuar en su amor?

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