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Pbro. Francisco Ontiveros Gutiérrez

Desempolvando el ser original



Llegó a mis manos un fascinante libro de Maribel Rodríguez, sobre la espiritualidad y el narcisismo que me impactó muchísimo por todas las consideraciones de la autora. Está claro que el narcicismo lo podemos padecer todos, al menos en una pequeña parte. En cada uno hay una dosis de soberbia o vanidad que lleva a distorsionar gravemente la relación con uno mismo, con los demás y, por supuesto, con Dios. En cada persona hay una dimensión íntima que exige ser querida, respetada, venerada, incluso. Siendo así que todo esto, que nos avergüenza cuando lo reconocemos y nos cobra facturas cuando no lo hemos visto, forma parte de nuestra condición humana.

El diccionario define narcicismo como, “la admiración excesiva y exagerada que siente una persona por sí misma, por su aspecto físico, por sus dotes, habilidades, capacidades o algo que haga referencia a ella misma”. De tal manera que al escuchar las canciones que pronto se vuelven las “más sonadas”, las películas más taquilleras, las series de mayor audiencia en el mundo, la tesis que hay detrás de varios comerciales, es posible concluir que estamos en una época de la historia marcada por el culto a la imagen. Tal vez la más narcisista de la historia, o como sostiene Maribel Rodríguez, “este narcisismo es más visible por la expansión que consigue a través de los diversos medios que nos ofrecen las nuevas tecnologías y los mass media”.

Las personas narcisistas consideran ser el eje del mundo, el centro de atención, han fortalecido en ellos una adicción a su propia


imagen y a recibir aprobación, que trazan una estrepitosa carrera por conseguir aprobación, bajo el nombre de reconocimiento, seguidores, followers, likes o admiradores.

El factor fundamental que da lugar al narcisismo es la falta de amor generada en algún momento de la historia personal, específicamente en la infancia, por las dinámicas familiares, por la relación con los padres, por acontecimientos traumáticos o por cualquier situación disfuncional que generó, allá en el pasado una herida de amor, que en el presente es una “herida narcisista”.

Los síntomas del narcisismo son muchos y muy variados, tales como la imposibilidad para establecer una relación real, con vínculos fuertes y profundos, la vacuidad o congelamiento de las emociones y sentimientos, la sensación de venganza y la ira incontrolable, que mientras no se desenmascara, es terrible, y se puede revestir bajo apariencia de bondad, incluso bajo la estampa de ser una persona de gran vena espiritual.

Los aires de grandeza, de misterio espiritual, de ser distinto y elevado, mejor o superior que el resto, desencadena en una comprensión de la fe y la espiritualidad “a modo narcisista”, en el que no hay experiencia de Dios sino de uno mismo, donde la oración y meditación no es otra cosa que mirarse y abrazarse a sí mismo, como Narciso el arroyo, enamorándose y encantándose del propio reflejo. Las expresiones rígidas, perfeccionistas, precisas y exactas pueden emerger de un narcisismo propio que ha hecho mucho daño, y continúa haciéndolo.

Una manera de enfrentar esta situación es, reconocer que todos tenemos un poco de ello, así se puede desenmascarar la pretensión espiritual, y afianzar el autoconocimiento personal. Comprenderse desde la humildad y la verdad, desempolvado la autenticidad que brota de la verdad para fluir según el Espíritu quiera conducirnos.


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