Del engaño, ¡sálvanos Señor!
Después de que el Señor nos ha ido presentando en las últimas semanas mediante ejemplos y parábolas; la realidad del Reino, su cometido y la forma de vida que los habitantes de este han de observar y testimoniar, pareciera que en este día pone delante de cada creyente una evaluación final respecto a la invitación lanzada de aceptar esta propuesta existencial.
El texto de hoy ha dado un salto significativo cuando nos habla del Padre invitando a sus hijos a colaborar en la viña y ya no de trabajadores externos que ha encontrado por el camino. El hijo no trabaja buscando la recompensa de un denario, sino que lo hace movido por el amor que siente por el Padre.
El fiel que se acerca a escuchar la Palabra semanalmente debe experimentar interiormente este cambio también, porque en la manera en que participa de los misterios de Dios en esa proporción está llamado a crecer en la familiaridad con él.
En los dos hijos notamos dos actitudes que bien conocemos: el que dice que va, pero no va y el que creemos que no lo hará, pero termina haciéndolo. De ninguna forma este fragmento debe tomarse como un simple cuentito o una fábula, sino más bien delinea firmemente las actitudes que acreditan al creyente como un auténtico discípulo o al contrario, le exhiben como un incongruente.
Aunque suene muy crudo esto es real, porque el mismo Señor ha enseñado que las palabras van acompañadas de obras, que la impasividad ante el anuncio de la Buena Nueva es un signo de un corazón cerrado en sí mismo que se cree autosuficiente. Por ello menciona que los pecadores públicos de su tiempo que durante mucho tiempo se han negado a trabajar en la viña, cuando han recibido el mensaje de salvación se han puesto en marcha ipso facto.
Si nos remontamos al Génesis encontramos que el hombre perdió el Paraíso por haber escuchado al padre de la mentira.En nuestro tiempo sigue siendo esta la trampa que cierra a los hombres el maravilloso regalo del Reino, de la salvación.
Cuando caemos en el engaño de creernos autosuficientes, de pensar que nuestra participación externa y ocasional en los ritos y celebraciones nos bastará para salvarnos, nos convertimos en aquel hijo que asintió superficialmente pero que interiormente lleva mucho tiempo sin estar dispuesto a ser discípulo, aquel que le es indiferente el Padre y su viña.
Vuelvo a leer el texto y pido al Espíritu Santo me conceda su luz para revisar con sensatez mi vida hoy. Me pregunto ¿Cuál de los dos hijos soy?, ¿Qué puedo hacer para aumentar mi relación con Jesús y así vivir dispuesto a colaborar en su obra?
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