Dejar actuar a Dios en nuestra vidas.
En su enseñanza acerca del Reino de Dios, Jesús recurre a las comparaciones para adaptar su mensaje a la gente que lo escuchaba; y habla ahora utilizando dos parábolas del crecimiento: la parábola de la semilla plantada en la tierra, que tiene poder dentro de sí para germinar, crecer y producir fruto a su tiempo; y la de una semilla de mostaza, que crece y se convierte en el mayor de los arbustos. Con esta enseñanza en parábolas, Jesús instruye a sus discípulos acerca de las virtualidades de lo que él viene a predicar: el Reino de Dios.
¡Cuánta paz genera el hecho de saber que todo está en las manos de Dios! ¡Qué alegría reconocer que tenemos un Dios que hace todo por nosotros, para nuestro bien! El Reino de Dios ya está y puede, por sí mismo desplegar sus potencialidades; sólo se requiere que sea plantado en los creyentes, que lo acojamos con fe y que lo dejemos crecer. Lo importante lo hace Dios, lo importante sucede sin que nos percatemos mucho de ello, y sucede para nuestro bien. Lo mejor que podemos hacer es dejar actuar a Dios en nuestra vida; todo lo que él haga será de bendición para nosotros; y si sucede en el tiempo que él establezca, sucederá en el mejor momento, aunque no fuera el que nosotros teníamos pensado.
¡Y cuánta esperanza nos infunde saber que, aunque las cosas inicien pequeñas, tienen vocación de grandeza! Grandeza no al estilo del mundo, sino según Dios. El Reino ya está, aunque pequeño todavía. Pero está llamado a extenderse, a crecer dentro de nosotros y entre nosotros. Podemos percibir ya las señales del Reino en nosotros: nuestro deseo sincero de glorificar al Padre con nuestra vida, nuestras ganas de seguir a Jesús, como buenos discípulos; nuestra decisión de ser templos dignos del Espíritu Santo.
El Reino de Dios ya está entre nosotros, y lo podemos percibir ahí donde hay un hermano que perdona las ofensas, ahí donde hay quien entrega su vida al servicio de los demás, ahí donde alguien renuncia a sí mismo para que su vida sirva de bendición para otros. Donde hay caridad, reconciliación, respeto, sencillez, fe, constancia en la tribulación, perdón sincero, alegría profunda, allí está Dios. Falta mucho en nuestro mundo para que el Reino de Dios se note con más claridad. Pero ya sabemos el camino que nos toca seguir: aceptar que Jesús lo siembre en nuestro corazón y dejarlo crecer al paso que él establezca.
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