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Bartolomé de Jesús Antonio Sánchez

¿De qué tengo sed?


Los evangelistas Mateo y Juan durante los cinco domingos de cuaresma nos llevan a cinco lugares geográficos diferentes que son, a la vez, lugares teológicos, a saber: desierto, montaña, pozo, piscina y sepulcro. Cinco lugares a manera de estaciones donde podemos detenernos a revisar nuestra vida y a orar.


Mientras que los discípulos van al pueblo a buscar comida, Jesús se queda junto a un pozo y pide a una mujer, que había ido allí para recoger agua, que le dé de beber. Y de esta petición comienza un diálogo extraordinario: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Y Jesús le responde con unas palabras que habrían de cambiar no sólo la vida de esta mujer sino la de todos los que, a lo largo de la historia, habrían de convertirse en insaciables buscadores del «agua que brota hasta la vida eterna».


Efectivamente, Jesús le habla de un agua diferente. Cuando la mujer se da cuenta de que el hombre con el que está hablando es un profeta, le confía la propia vida y le plantea cuestiones personales que, a fin de cuentas, terminarán siendo cuestiones religiosas. Su sed de afecto y de vida plena no ha sido apagada ni por los cinco maridos que ha tenido. Es más, ha experimentado desilusiones y engaños. Por eso la mujer queda impresionada del gran respeto que Jesús tiene por ella cuando Él le habla incluso de la verdadera fe, como relación con Dios Padre, a quien hay que adorar en espíritu y en verdad porque el verdadero culto no depende de un lugar determinado por muy vanguardista que pudiera ser. Entonces, intuye que ese hombre podría ser el Mesías y Jesús lo confirma: “Soy yo, el que habla contigo”. En esta atmósfera de confianza y para culminar el diálogo, Jesús también se revela ante ella presentándose como el Mesías, cerrando así el diálogo con una revelación Cristológica.

Como acabamos de ver en el Evangelio, toda escena bíblica abre paso al "Dios entre nosotros" que se reveló concretamente en nuestra humanidad, en nuestros lugares. La tierra que habitamos toma entonces una dimensión bíblica, divina; es un lugar de revelación. Esto nos ayuda a descubrir a Dios no en el aire sino abajo, en nuestra realidad (casas, caminos, montañas, pozos, ciudades, desiertos ...).


Hago un alto en mi vida para reconocerme cansado y sediento, tomo la sagrada escritura y releo el pasaje bíblico, me encuentro cara a cara con la Palabra de Dios y dejo que el texto sagrado me vaya mostrando el rostro de Jesús, con calma y a mi ritmo repaso la escena y me detengo en aquella frase que más me significa.

Me pregunto ¿Hoy por hoy de qué tengo sed? ¿En qué lugares he tratado de saciar esta sed profunda? Me dejo mirar y abro mi corazón a Dios como lo hizo la mujer samaritana y le confío al Señor mi sed de afecto y de vida plena. Que el Espíritu Santo nos conceda el don de llenar nuestras vidas con el agua viva que proceden del amor de Dios.

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