De piedra de fundamento a piedra de tropiezo.

La figura de Pedro es ejemplar en todos sus aspectos. Su vida es una especie de espejo en la que podemos ver nuestra propia vida. Un día glorioso Pedro hace su profesión de fe y el mismo Señor le felicita por esa comprensión de las cosas que no se alcanza con la sola luz de la razón natural, y poco más adelante el Señor le hace ver a Pedro que su pensar no es el de Dios, que su querer dista de lo que Dios ha dispuesto. Esto nos muestra que cerca de Jesús, incluso perteneciendo a su grupo, a veces se puede vivir guiados por el espíritu del bien y otras por el espíritu del mal. El día de su profesión de fe, el Señor lo congratula y le dice que él será la roca sobre la que se ha de edificar la Iglesia, pero, unas horas después, el Señor le muestra a Pedro que su manera de pensar no es la de Dios, que sus pensamientos distan mucho del querer de Dios, y el Señor que primero lo llamó piedra fundamental, ahora lo llama piedra de tropiezo.

Esta experiencia propia de la vida de Pedro, ayuda a entender que la vida cristiana es una conquista diaria, continua. Que el éxito de un día no define la vida en su totalidad y en su complejidad. Los días siguientes todo puede caerse, derrumbarse. Puede venirse abajo lo que se consiguió en muchos días de esfuerzo y trabajo incansable. La vida en Cristo es un proceso de seguimiento y configuración, en el que, todos los días será preciso alcanzar la altura del Señor, su pensar y su querer. El discernimiento cristiano, serio y realista, ayuda a reconocer las veces en las que, aún como discípulos en lugar de ser piedra de fundamento, uno se convierte en piedra de tropiezo.

Ante esta página del evangelio me pregunto, ¿cómo descubro cuando soy guiado por el espíritu del bien?, ¿cómo puedo darme cuenta cuando soy inspirado por el espíritu contario? Le pido al Señor su gracia para ponerme siempre detrás de Él y seguirlo.