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Foto del escritorFrancisco Ontiveros Gutiérrez

Compasión sin límites



De nuevo nos encontramos con que todos andan buscando a Jesús. En esta ocasión es un leproso. El pueblo conocía muchas formas terribles de sufrimiento, pero la lepra era un dolor terrible. Por si el malestar de padecer las llagas en carne propia no fuera suficiente, un leproso se enfrentaba a la más silenciosa de las soledades; enfermo, tenía que ser excluido de su familia, de sus vecinos y del culto. La lepra era una enfermedad que estigmatizaba lastimando y marginando. Enfermo y rechazado tenía que apartarse hasta que, en el mejor de los casos, recuperara su salud.


Marcos nos presenta el testimonio de un enfermo que se sobrepone a todos estos dolores. Hay dos clases de enfermos: aquellos a quienes su dolor los derrota y dejan de luchar sus batallas, y los que se sobreponen a su padecimiento: con aire de contra se levantan y buscan los caminos para superarse. De esta clase es el leproso de este texto. Con su historia de exclusión se atreve a llegar donde Jesús y con profunda humildad: suplicante y de rodillas, lo deja todo en sus manos. Como quien dice: “Señor yo ya no puedo más, pero tú sí puedes. Si tú quieres puedes hacerlo”.


Jesús es un Dios entrañable: siente, se compadece, sufre, llora. No es un dios estoico que a la distancia se relacione incólume. Jesús rompe los paradigmas, se atreve a infringir la ley de la exclusión y, no solo se compadece, extiende su mano y toca al leproso, contagiando Jesús su pureza y sanidad. Este es uno de esos encuentros que sanan. Hay encuentros que liberan y que integran de nuevo en la comunidad.


Concédenos la valentía del leproso. De buscarte, Señor, con nuestro dolor hasta encontrarte y derrotarnos a tus pies para dejarlo todo en tus manos. Seguros de que, si quieres, tú puedes lo que nosotros no podemos. Para que, encontrados contigo nos integremos con nuevos ánimos a la vida comunitaria.


Me dejo tocar por el texto (Mc 1,40-45), observo al leproso, trato de sentir la angustia que está viviendo. Observo a Jesús, el Dios que se conmueve y toca. ¿Cuáles son mis lepras?, ¿a qué valentía me siento desafiado?

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