Buscarlo en medio de la aventura

Dice Ravasi: “La cancillería, el clero de Jerusalén y la ciudad entera están agitadas. Un evento internacional está a punto de tener lugar y presenta a unos misteriosos magos venidos de Oriente” (Biografía de Jesús, 190). Todo estaba en una completa agitación: Reyes venidos de “todo el mundo” que, luego de una inmensa travesía y de tanto preguntar, llegan hasta donde está el pequeño niño, arrullado por sus desconcertados padres. Han llegado los pastores y ahora los sabios, en esta Navidad, ¿también he llegado donde Jesús?

El Oriente simboliza la región por excelencia de los sabios astrónomos. Algunos han pensado en Persia, Arabia o Babilonia. Estos hombres estaban atentos a las manifestaciones naturales de Dios; tenían una sensibilidad tal, que sabían que su travesía tenía sentido. Valía la pena emprender un viaje para ir y adorar al rey al que la misma naturaleza ya reconocía coronándolo con una estrella.  ¡No se puede encontrar al Señor si primero no se le busca!Nuestra vida constituye una eterna búsqueda; los hombres estamos siempre indagando, anhelando, en camino. Los magos saben que, por larga y fatigosa que pueda ser su aventura, el camino tiene sentido: buscaban al rey de los judíos. ¿Buscamos?, ¿qué buscamos?

Independientemente de las discusiones por el número, nombres y oficios de cada uno, son personajes fascinantes. Hombres decididos que comienzan su travesía acompañados por una estrella que de pronto la veían y en algunas ocasiones no se dejaba ver. Son aventureros arriesgados y decididos, enfrentan dudas e imprevistos. San Juan Crisóstomo es enfático cuando afirma: «No se pusieron en camino porque habían visto la estrella, sino que vieron la estrella porque se habían puesto en camino». ¿Siento la emoción de la aventura de la fe? Una aventura cuyo camino no es una autopista. Dialogo de ello con el Señor, que me espera en la tierna imagen de un Niño en el pesebre