Ayúdanos a ponernos de acuerdo, Señor.
Una sana espiritualidad cristiana contiene, en su parte medular, tres dimensiones fundamentales: un camino hacia el interior (interioridad), el camino a lo trascendente, y el camino hacia los otros (Cf. S. Gamarra). Si se vuelve a mirar con atención, estas tres dimensiones atañen al ámbito relacional del ser humano, por tanto, todo camino que se jacte de ser espiritual implica llevar bien estas tres relaciones: con Dios, con uno mismo y con los demás. Sí, está bien escrito, también con los demás.
Hoy se lee un fragmento del evangelio que atiende a esta dimensión de los otros, es decir, de la comunidad. Y específicamente señala un camino para poder arreglar alguna relación deteriorada con quienes figuran en nuestro mundo vital. Cabe mencionar que el evangelista entiende que las comunidades cristianas, tienen a Cristo como centro. Es decir, que están movidas por sus criterios de vida y de acción. De ahí que toda corrección que implique a dos personas tendrá como fundamento la misericordia del Señor: «Perdona, Señor nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6, 12). Esa es la apelación.
Esto ya es bastante. Perdonar al que ofende implica un trabajo interior importante. El Señor lo sabe y por eso pronuncia una serie de pasos sigilosos y prudentes para que esto se pueda lograr. Pero siempre busca la reconciliación y el reencuentro entre aquellas partes distanciadas. Busca siempre la unidad. Tanto en cada sujeto y, por ende, el perdón propio otorgado, como en cada comunidad y familia. No es una devoción adjunta la que se solicita, más bien es una actitud esencial.
De ahí que el camino hacia los otros, y toda acción social, brotan del centro del evangelio. Todo esfuerzo concreto que busca la reconciliación, la paz, y la unidad no es un desaforo subversivo, una iniciativa «fuera de la Iglesia» o una inquietud personal. Es más bien el resultado de la vivencia de una sana espiritualidad que se encarna en el tiempo y en el espacio y que busca la mejoría, desde el trabajo propio, personal, de nuestra realidad comunitaria y social.
Hoy se antoja hacerle mucho caso a la invitación que hace el Señor: pónganse de acuerdo en una cosa, y pídanla en oración (Cf. Mt 18, 19). Ponernos de acuerdo para pedir algo en común, que nos hace falta y, al mismo tiempo, nos hace bien a todos. Hoy podemos pedir con insistencia la unidad entre nosotros, para construir caminos juntos, lo que nos trae beneficio serio y genuino a todos. Claro está, se sabe que en toda petición está implicada la persona. Lo que se pide, al mismo tiempo, se empieza a mover y a trabajar para que la gracia que viene de Dios y nuestra voluntad también se unan en un mismo fin.
Medito el evangelio en mi interior y me pregunto: ¿qué tanto integro mi relación y encuentro con los demás en mi oración y proyecto espiritual? ¿Cómo vivo el perdón hoy? ¿Me lo he concedido como regalo, lo he ofrecido a los demás? ¿Me he animado a recibir el perdón de Dios? ¿Qué estoy haciendo concretamente para colaborar con la paz, la justicia y la reconciliación social? ¿A qué me invita el Señor hoy? ¿Me anima que me dice que busque a la comunidad y que salga de mi individualismo, porque en la comunidad está también Él? ¿Qué pienso y siento de la Iglesia del Señor? ¿Cómo puedo ayudar a su Iglesia a que mejore? Hablo de esto con el Señor.
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