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Bartolomé de Jesús Antonio Sánchez

Amar es entrar por la puerta estrecha


¿Solo unos pocos se salvarán? Esto parece eminentemente una pregunta razonable, pero nuestro señor Jesús deja claro que no se trata de una cuestión de número. ¡No hay un número cerrado en el Paraíso! Sino que se trata de cruzar el camino correcto desde ahora, y ESTE SENDERO CORRECTO ES PARA TODOS, pero es estrecho. Este es el problema. Jesús no quiere engañarnos diciendo: Sí, tranquilos, la cosa es fácil. No nos dice esto: nos habla de la puerta estrecha. Nos dice las cosas como son: el paso es estrecho. ¿En qué sentido? En el sentido de que para salvarse la humanidad está invitada a amar a Dios y al prójimo, ¡y esto no es cómodo! Es una puerta estrecha porque es exigente, el amor es siempre exigente, requiere compromiso, más aún, esfuerzo, es decir, voluntad firme y perseverante de vivir según el Evangelio. Pero también es un gozo y una gracia vivir desde el amor.


Cabe enfatizar que LA SALVACIÓN PROVIENE DE DIOS. Es un don que nace de su misericordia porque quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. El primer y gran esfuerzo ante una humanidad autosuficiente: es permitir que el Señor trabaje en nuestras vidas, quitar al hombre del centro permitiendo que el Señor nos salve. El Papa Francisco nos ha señalado de la tentación que presenta el neopelagianismo, donde se pretende que el hombre sea capaz de alcanzar la salvación por sus propias fuerzas prescindiendo de la ayuda de Jesucristo y del don de su gracia. Seguir autocentrados pensando en que solos podemos salvarnos es una gran tentación.


Ajusta muy bien aquí la frase conocida de San Ignacio “Haz las cosas como si todo dependiera de ti y confía en Dios como si todo dependiera de Él”. Lo mismo podemos aplicar en la invitación que nos hace el Evangelio el día de hoy “Esfuércense” por entrar en la puerta estrecha, por caminar por los senderos del amor, por trabajar por el Reino, por servir a los descartados de la sociedad. Esfuércense por amarse a sí mismos y al prójimo, por saldar esas deudas de amor que muchas veces tenemos con nosotros y con los más cercanos, confiados en que Dios camina con nosotros y nos socorre con su gracia para la construcción del Reino.


La consigna es esa, el no arrepentirse a amar contra viento y marea, contra prudencia y cálculo, contra seguridad y egoísmo, como Dios mismo ama. Es abrazar sin encadenar, reprender sin destruir, sin escatimar el tiempo, la ternura o las lágrimas; sin aprisionar los recuerdos, ni tapar las historias; amar con libertad y afecto, con incertidumbre y compromiso, con el corazón en carne viva y las manos abiertas; es amar aunque ese amor sea imperfecto; es mejor tomar el riesgo y caminar por el camino estrecho a quedarse estancado.

Delante del Señor me pregunto: ¿Estoy caminado por los senderos del amor? ¿Tengo claridad de que la puerta hacia la salvación es estrecha? ¿Permito que el Señor entre a mi vida? ¿Dejo de lado mi autosuficiencia y permito que el Señor me salve? Pido su amor y su gracia para saber amar y servir a su modo.

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