A la derecha y a la izquierda
Justo cuando Jesús está abriendo su corazón e insistiendo en el suplicio que se le vieneencima, dos discípulos se le acercan, casi con currículum en mano, para hablar de su ascenso (cfr. Mc 10,35), ¡Señor queremos estar uno a la derecha y el otro a la izquierda cuando estés imperando! (cfr. Mc 10,37), esa droga -que nos corroe por dentro- del poder, del control, de ser importantes y superiores a los demás; es una solidaridad que compartimos, prueba de eso es que ni los discípulos se salvaron. Ser grandes a los ojos de los hermanos, la tentación de ser importantes, de estar cerca, a la derecha y a la izquierda, ser el que manda, el que controla, el que lo sabe todo, el que organiza, el jefe del gobierno -el de la derecha-y el ministro de economía -el de la izquierda-. Todos tenemos ese espíritu ventajoso palpitando en nuestro corazón.
El deseo de estar en el foco de la cámara, a la derecha y a la izquierda, está en el corazón de todos; lo confirma la actitud del resto de discípulos: “al oír aquello, los otros diez se indignaron contra Santiago y Juan” (cfr. Mc 10,41), tal vez porque ese sitio lo querían para ellos y también estaban haciendo méritos para ganarlo.
El camino del discipulado es el camino del aprendizaje continuo, constante, permanente, es el camino del discernimiento y de la purificación de los deseos y de los aires de grandeza. Y es que, si no ponemos atención, la bella aventura del Reino y la odisea del seguimiento de Cristo, se puede convertir en una lucha de poder y en puro escalafón, en búsqueda de puestos, en la esquizofrénica carrera de estar a la derecha y a la izquierda.
“Los jefes de las naciones gobiernan con tiranía y los dirigentes oprimen” (cfr. Mc 10, 41), eso que sucede en otros grupos humanos, en lo que todo está medido en función de los méritos, debe expulsarse de la Iglesia, porque en muchas ocasiones, damos la impresión de ser jefes de los pueblos y señores del mundo y eso que es muy satisfactorio emocionalmente hablando, no está en nuestra vocación, estamos llamados a ser hijos, esclavos, servidores de todos, por lo que, curiosamente ni el mundo -ni nosotros-, nos peleamos.
Platico con el Señor, en un ambiente de honestidad, lo que todo esto despierta en mí.
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